Nos encontramos en una época en que se hace difícil reconocer los caminos de Dios y crecer en la fe, son demasiadas las distracciones que nos dispersan y que, tantas veces, nos perturban y confunden; por eso, es tan valioso lo que señala el Papa Francisco en la 56 jornada de la Paz “nadie puede salvarse sólo”. Nos necesitamos unos a otros, aún si la sociedad nos grita lo contrario. En el camino de la fe, si bien es un llamado personal, este se vive peregrinando en la comunidad de los creyentes; no caminamos solos, y así también los monjes y monjas y la vida eremítica, que viven en un profundo sentido comunitario, en una fraterna soledad.
Dios ha puesto en nuestro interior un deseo sincero de buscar a Cristo y de seguirlo. Nos regala la gracia de poder llegar a configurarnos con Él, y este sendero que se recorre con otros como lo señala el Papa Francisco (Cf. GE 111).
El apoyo del acompañante espiritual es valioso en ese deseo profundo de escuchar el corazón de Cristo en nuestro propio corazón, en el anhelo de afinar el oído para percibir la brisa suave de la presencia Dios (Cf. 1Re 19,12-13), en ese propósito de alargar la mirada más allá de sí mismo y de recogerla al interior para captar los movimientos de su presencia.
También, el acompañamiento de un hermano o hermana puede ayudar a descubrir y reconocer las mociones que el Espíritu Santo regala al corazón del creyente, como también puede dar luces para reconocer las ambivalencias en las intenciones y a desenmascarar al ‘mal espíritu’ que ronda sin cesar queriendo irrumpir y devorar el corazón alejándolo de Dios (Cf. 1 P 5,8).