Me vienen a la memoria las palabras que Dios dirigió a Abrahán: «Vete de tu tierra, de tu patria y
de la casa de tu padre a la tierra que yo te mostraré» (Gen 12,1). Estas palabras están dirigidas
hoy también a ustedes: son las palabras de un Padre que los invita a “salir” para lanzarse hacia
un futuro no conocido pero prometedor de seguras realizaciones, a cuyo encuentro Él mismo los
acompaña. Los invito a escuchar la voz de Dios que resuena en el corazón de cada uno a través
del soplo vital del Espíritu Santo.
Cuando Dios le dice a Abrahán «Vete», ¿qué quería decirle? Ciertamente no le pedía huir los
suyos o del mundo. Su invitación fue una fuerte provocación para que dejase todo y se
encaminase hacia una tierra nueva. Dicha tierra, ¿no es acaso para ustedes aquella sociedad
más justa y fraterna que desean profundamente y que quieren construir hasta las periferias del
mundo?
Sin embargo, hoy, la expresión «Vete» asume un significado diverso: el de la prevaricación, de la
injusticia y de la guerra. Muchos jóvenes entre ustedes están sometidos al chantaje de la
violencia y se ven obligados a huir de la tierra natal. El grito de ellos sube a Dios, como el de
Israel esclavo de la opresión del Faraón (cfr. Es 2, 23).
Deseo también recordarles las palabras que Jesús dijo un día a los discípulos que le
preguntaban: «Rabbí […] ¿dónde vives?». Él les respondió: «Venid y lo veréis» (Jn 1,38).
También a ustedes Jesús dirige su mirada y los invita a ir hacia Él. ¿Han encontrado esta mirada,
queridos jóvenes? ¿Han escuchado esta voz? ¿Han sentido este impulso a ponerse en camino?
Estoy seguro que, si bien el ruido y el aturdimiento parecen reinar en el mundo, esta llamada
continua a resonar en el corazón da cada uno para abrirlo a la alegría plena. Esto será posible en
la medida en que, a través del acompañamiento de guías expertos, sabrán emprender un
itinerario de discernimiento para descubrir el proyecto de Dios en la propia vida. Incluso cuando el
camino se encuentre marcado por la precariedad y la caída, Dios, que es rico en misericordia,
tenderá su mano para levantarlos.
En Cracovia, durante la apertura de la última Jornada Mundial de la Juventud, les pregunté varias
veces: «Las cosas, ¿se pueden cambiar?». Y ustedes exclamaron juntos a gran voz «¡sí»”. Esa
es una respuesta que nace de un corazón joven que no soporta la injusticia y no puede
doblegarse a la cultura del descarte, ni ceder ante la globalización de la indiferencia. ¡Escuchen
ese grito que viene de lo más íntimo! También cuando adviertan, como el profeta Jeremías, la
inexperiencia propia de la joven edad, Dios los estimula a ir donde Él los envía: «No les tengas
miedo, que contigo estoy para salvarte» (Jer 1,8).
Un mundo mejor se construye también gracias a ustedes, que siempre desean cambiar y ser
generosos. No tengan miedo de escuchar al Espíritu que les sugiere opciones audaces, no
pierdan tiempo cuando la conciencia les pida arriesgar para seguir al Maestro. También la Iglesia
desea ponerse a la escucha de la voz, de la sensibilidad, de la fe de cada uno; así como también
de las dudas y las críticas. Hagan sentir a todos el grito de ustedes, déjenlo resonar en las
comunidades y háganlo llegar a los pastores. San Benito recomendaba a los abades consultar
también a los jóvenes antes de cada decisión importante, porque «muchas veces el Señor revela
al más joven lo que es mejor» (Regla de San Benito III, 3).
Así, también a través del camino de este Sínodo, yo y mis hermanos Obispos queremos contribuir
cada vez más a vuestro gozo (cfr. 2 Cor 1,24). Los proteja María de Nazaret, una joven como
ustedes a quien Dios ha dirigido su mirada amorosa, para que los tome de la mano y los guíe a la
alegría de un ¡heme aquí! pleno y generoso (cfr. Lc 1,38).
Con paternal afecto,
FRANCISCO
Vaticano, 13 de enero de 2017